Una Mamá de Ciudad se va a Acampar.

Esta es la historia de cómo una mamá de ciudad sobrevivió todo un día y toda una noche en su primer campamento en familia. Nunca pensé decirlo, pero esa mamá fui yo.

Mi historia acampando comienza con una despedida muy dolorosa. Le tuve que decir adiós al control y adiós a la planeación. Traté de empacar todo lo que mis expertos amigos scouts me habían recomendado: protector solar, casa de campaña, sleeping bags, repelente, tenis, etc…  Lo que olvidaron decirme es lo que NO tenía que meter en mi maleta y eso fue mi chip de mamá controladora y planeadora.

Llegamos a este espectacular lugar llamado Hunstville National Park y como en las películas, armamos nuestra tienda de campaña en medio de un enorme bosque a la orilla de un lago. Las caritas de mis hijos al llegar me hizo darme cuenta de lo emocionados que estaban.

Al empezar a bajar todas la cosas del coche empecé a querer "acomodar", o más bien, controlar en dónde iba cada cosa; los sleeping bags, las cobijas extras para el frio y colocar las linternas y repelentes al alcance de todos. De pronto me di cuenta que cada uno de mis hijos ya había decidido dónde y cómo dormir, habían acomodado sus cosas y estaban listos para salir a explorar.

No era exactamente como yo lo hubiera puesto, pero en ese momento entendí que el control y la planeación no podían acompañarme en este viaje y decidí dejarlos en el coche - y no saben cómo me divertí.

Aprendí que el aflojar un poco las riendas les da a mis hijos empoderamiento y confianza en sí mismos. Disfruté el observar y respetar su independencia y poder de decisión. Siempre me mantuve un paso atrás de ellos, al pendiente de cualquier peligro, pero atrás y no adelante.

Este viaje me hizo recordar que lo que más anhelan mis hijos es jugar con sus papás. No existe un aparto electrónico que reemplace el que mi hijo de seis años eche pases con su papá, el ver a mis hijas sacar limones con sus bocas de una cubeta con agua, el jugar obstáculos brincando cuerdas amarradas a los árboles, el lanzar un frisbee, el brincar la cuerda o simplemente el contar chistes alrededor de una fogata.

Todos nos volvimos niños otra vez. Durante este tiempo, mi esposo y yo nos olvidamos de preguntas como ¿que horas son?, ¿terminaron los niños la tarea?, ¿ya será hora de bañarlos?, ¿se acabaron su cena? Nada de eso fue importante.

No estoy diciendo que vivamos sin rutina y en un mundo de caos. La rutina del día a día es importante porque les da a los niños estructura y expectativa. Sin embargo, el descansar un poco de ella de vez en cuando me parece sano y necesario, no sólo para el buen funcionamiento familiar, sino también para alimentar y desarrollar esa valiosa relación padres-hijos.

Durante el campamento, mi única y gran preocupación era qué iba a pasar cuando literalmente, nos cayera la noche. ¿Serían suficientes las linternas que trajimos? ¿Sentiríamos miedo? De pronto, al recibir esa obscuridad me di cuenta que ese miedo era sólo mío. Miedo que desapareció instantáneamente cuando mi gran amiga me dijo: ¿ya viste el cielo? Miles y miles de estrellas enmarcaban nuestro campamento y sentí una magia y paz absolutas.

Nunca pensé decir esto pero, ¡me encantó ir de campamento! Al ver a mis hijos dormidos en la carretera de regreso, exhaustos y felices, me di cuenta que vale mucho la pena el "sacrificar" un poco de comodidad de vez en cuando y aprovechar al máximo estas edades mágicas, porque muy pronto entrarán a la adolescencia y ya no tendré estas oportunidades tan fácilmente.

Por último quiero agradecer enormemente a todas y cada una de las familias con las que compartimos este viaje. Gracias a ellos, expertos en el tema del camping, mi familia y yo disfrutamos al máximo este fin de semana de aventura. ¡Puestos para el próximo año!

Yo Mariana les recomiendo irse a acampar antes de que llegue el calor del verano, se la pasarán increíble.

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