La dicotomía de dejar volar a los hijos
/Durante muchos años pensé que la vida era una dicotomía en donde cada una de mis emociones ocupaban un lugar definido y claro. La vida y la muerte, la tristeza y la felicidad, el bien y el mal.
Una manera de pensar inmadura y binaria que se ha ido difuminando con el tiempo y hoy se desliza sobre un espectro amplio que va y viene, en lugar de caer en categorías estrictas. Un lugar en el que me gusta estar, ya que irónicamente, me da una visión angular que me abre la puerta a conversaciones profundas y me da la oportunidad de vivir desde la empatía y aprendizaje continuo.
Lo que nunca me imaginé es que un mismo momento pudiera ser invadido por dos sentimientos igual de fuertes conviviendo y ocupando mi corazón a la par. Igual de intensos, igual de profundos.
Pero seguro estarán pensando, y ¿de dónde viene todo esto?, bueno, les cuento.
Manejaba de noche por la carretera de Waco a Houston dispuesta a llorar. Un trayecto Tejano de regreso a casa demasiado recto y obscuro es más, aburrido. Sin curvas o montañas que lo hicieran un poco más entretenido, o por lo menos, más parecido a los que acostumbraba tener en México.
Acababa de vivir un momento que jamás pensé que me sucedería y el cuál me había venido pisando los talones por varios años ya. Había dejado a mi hija en la universidad.
Siempre supe que este momento llegaría. Después de tanto tiempo viviendo en Estados Unidos, sabía que no tendría más remedio que vivirlo. Sin embargo, al ser una perpetua chilanga, ahí muy adentro de mí, siempre pensé que nos regresaríamos a México antes de esto.
Dieciocho años siempre me sonaron como demasiado tiempo. Increíble pensar que he vivido en otro país cada uno de ellos. Y más increíble y raro aún vivir en un lugar donde la cultura no la he vuelto mía y la he escondido detrás de amigos mexicanos que se han vuelto mi familia y la he disfrazado al conservar mi idioma y costumbres. Pero llega ese día en dónde esa cultura del país ajeno se te vuelve a aparecer así de frente, como un toro, lista para embestirte con sus cuernos.
Mi corazón parecía haber crecido de tamaño y se ensanchaba como queriendo ocupar el espacio entre el volante y yo. A pesar de venir sola, en mi coche se sentían otros dos acompañantes robustos que ocupaban todo el espacio y se acababan el aire. Mi aire.
Estos dos pasajeros no tenían ni que pelear por ver quien ocupaba un lugar más grande, ya que llenaban exactamente el mismo, por igual. Uno de ellos, sabía que vendría conmigo y le tenía su asiento de copiloto listo, pero el otro era nuevo.
El acompañante que sabía que no se perdería este momento por nada del mundo era la tristeza. Una tristeza profunda, nueva, inexplicable. Para todas aquellas mamás que van a dejar algún día a sus hijos en la universidad, hoy les comparto que sí, es verdad, es un desprendimiento espantoso y no hay otra manera de decirlo. Por lo menos, así lo sentí yo. Te dan ganas de volverle a empacar sus cosas y decirle que cambiaste de opinión, que siempre no va a estudiar y que te la vas a llevar de regreso a tu casa.
Lágrimas se resbalaban debajo de mis lentes al revivir en mi memoria ese último abrazo. Después de ya habernos despedido sin queremos soltar, nos dimos la espalda y comenzamos a caminar, ella hacia su dorm, yo hacía mi coche. Yo, caminaba sin querer voltear con una sensación de quererle dar un abrazo más, pero evitando a toda costa ser esa mamá tirada al drama. De repente, así como de película, me gritó —¡Mamá! y regresó a darme ese último abrazo que a ella también le había faltado. Un abrazo que no se me olvidará nunca.
Lo escribo y mi corazón se siente pesado y extraño de nuevo.
Sin embargo, durante esas horas de regreso en la carretera me di cuenta de que esas lagrimas eran las mismas que también me llenaban el corazón de alegría y orgullo. Por eso les digo que mi corazón venía como bolsa de aire ya que por más trillado que se oiga, ver a mi hija convertirse en una mujer hecha y derecha, con una personalidad y corazón maravillosos es una sensación deslumbrante.
También resulta muy emocionante saber que está a punto de emprender una de las aventuras más increíbles de su vida. Me deja tranquila ver que lleva bien puestas tanto su valentía, como su vulnerabilidad, ambas igual de importantes.
Sin duda, regresar sola en la carretera no era algo que hubiéramos planeado como ideal, sin embargo, me dio la oportunidad de tomar una pausa, reflexionar y sentir el momento. Sentirme inmensamente feliz e inmensamente triste, todo así, al mismo tiempo.
En un momento inesperado, en un podcast que venía escuchando comenzó una de mis canciones favoritas, Both Sides Now de Joni Mitchell. Una canción con una letra que muestra la dicotomía como nadie y así, sin querer, gracias a la genialidad de la canadiense, cerré con broche de oro mi catarsis.
Hace algunos meses tuve la oportunidad de conocer y platicar en Chicago con Brian Coleman, el Counselor of the Year en 2019 que convive con adolescentes todo el día y tiene las mejores recomendaciones en cuanto a los retos que atraviesan los niños de hoy. En esa sesión nos dio varios tips para este regreso a clases tan nuevo para mí. Me siento muy afortunada de haberlos tenido presentes durante este proceso.
Hoy se los comparto para que los guarden, ahí cerquita de su corazón y les ayude lo más posible a navegar el momento cuando les llegue, aunque de una vez les digo que el dolor es inevitable.
• Guarden sus historias para otra ocasión.
Cuanto sus hijos les cuenten un miedo o preocupación, eviten compartir sus experiencias. Es imposible que sepan por lo que están pasando, por lo que no traten de igualarlo con nada. El tratar de encontrar un equivalente en nuestro arsenal de historias los invalida. Lo único que necesitan nuestros hijos es que los escuchemos en ese momento.
• Agenden conversaciones reales
Procuren tener conversaciones reales y de cosas importantes con sus hijos de manera regular. No eviten esas preguntas incómodas. Es importante continuar con el canal de comunicación abierto.
• Recordémosles la importancia de decir “No” y a tomar decisiones responsables.
No nos cansemos de reforzarles, ahora más que nunca, la importancia de no dejarse llevar por la presión social y que aprendan a decir que NO. Tomar decisiones responsables será clave para un desarrollo sano y seguro en su vida universitaria. Es por eso importantísimo comenzar estas conversaciones desde chicos para abrir los canales de comunicación a temprana edad y volverlas algo habitual y constante.
• Normalicen el fracaso.
Compartan con sus hijos sus errores y fracasos. De esa manera ellos verán que es algo común y normal y que lo importante es aprender cómo superarlos.
• Ayúdenles a descubrir sus mecanismos saludables para controlar estrés o ansiedad
Cómo por ejemplo:
- Ejercicios de respiración
- Ejercicio físico
- La curiosidad intelectual por algún tema o reto, pero no solo por la calificación, si no por un genuino interés de aprender algo nuevo
• Resuelvan conflictos en persona
En esta época moderna creemos que todo se resuelve con un texto o un email. Es importante que nuestros hijos sepan que los conflictos, tanto con nosotros como con sus nuevos compañeros, son inevitables y como se resuelven es hablándolos en persona y no por DM. Al hablar de algo que les molestó empiecen por: —Esto me hizo sentir … o —Yo me sentí así cuando hiciste tal o cuál acción. Hablar desde nuestro sentimiento es mucho más receptivo que acusar a la otra persona.
• Apoyen su independencia
Cuando les ofrezcan ayuda propongan la manera de hacerlo en lugar de imponerlo. Por ejemplo: Se me ocurre que podría ayudarte de estas tres maneras, ¿cómo ves? ¿Te funcionan? ¿Cómo prefieres que te ayude?
• Hagan una pausa antes de reaccionar
Brian nos recomendó tanto a papás como a estudiantes, aprender a poner un espacio entre lo que nos está pasando y nuestra reacción para de esa manera aprender a auto regularnos.
Gracias a @mrbriancoleman por compartir con nosotros sus sabios consejos y a @go_faar por hacer esa sesión posible.
Durante todo este proceso hoy les puedo decir que mi mayor aprendizaje ha sido dejar mis propios miedos en un cajón y permitir que mi hija descubra los suyos, que sin duda serán distintos.
Hoy lleva un poco más de un mes en la universidad y esos dos sentimientos que me acompañaron en la carretera de regreso, siguen conmigo. Me hace inmensamente feliz saber que está contenta, descubriendo el mundo. Me pone también inmensamente triste cuando en la mesa hay cuatro lugares en lugar de cinco.
Me imagino que estas dos emociones seguirán de huéspedes aquí en mi casa hasta previo aviso. Mientras tanto seguiré disfrutando y descubriendo esta vida bicultural que tanto me enseña, me reta, me aporta y me sorprende todos los días.