Sí, todos los días
/Veo el cursor palpitando tan rápido como mi corazón. Quiero dejar plasmado un sentimiento en crudo en esta hoja de papel pero no sé exactamente qué palabras escoger. Quisiera que estas mismas palabras me guiaran, me arroparan. Dejaré que lo hagan. Las dejaré fluir, sin pensarlo mucho, y le haré caso a mi querida tallerista que nutre mi escritura, —y mi corazón, todos los miércoles… bueno casi todos.
Hace poco me preguntaron en una reunión social si todavía extrañaba México y mi reacción sincera e inmediata, casi visceral fue contestar —Sí, todos los días.
—¿Sí? ¿Todos los días? Me contestaron, seguido de un breve silencio envuelto en tristeza y confusión al intentar comprender cómo una vida en Estados Unidos acompañada de palabras como seguridad, tranquilidad, orden y civismo no pudiera ser suficiente.
Y justo es el desorden lo que más extraño, pensé. ¿Pero realmente es así?
Sé que este tema me empuja a caer en lugares comunes a los que no quiero ni acercarme. Tampoco quiero nublar este sentimiento con clichés como las ventajas de una vida bicultural y los grandes regalos que nos ha dado, que sí, han sido muchos, pero creo que va mucho más allá.
La conversación se transformó en un enlistado de ventajas y desventajas de ambos lugares. Cada una muy personal, envuelta en emociones y de acuerdo con la experiencia de quien las expresaba. En unas coincidíamos, en otras no. Como si cada uno buscara justificar el lugar en dónde decidió pararse.
Después decidí compartir cómo hasta el día de hoy, cada vez que aterrizo en la Ciudad de México tengo esta sensación de “ya llegué”.
La tristeza colectiva volvió a relucir y se inmiscuyó temerosa en el humo de los puros prendidos que envolvían la conversación.
Preguntas comenzaron a inundar mi cabeza en silencio. ¿Ya llegué? ¿a dónde? ¿a casa? ¿pero ya no vivo ahí? ¿entonces nunca he llegado en 20 años? ¿se puede vivir una vida con esa sensación de no estar en casa? Me da pánico hasta escribirlas porque de alguna manera bizarra Houston también es mi casa. Donde vivo es mi casa. ¿o no? Qué cosa tan extraña.
Después de un rato una persona, que a pesar de haber conocido ese día, sentí haber coincidido mucho antes, me preguntó. ¿Qué te hace falta aquí que no tienes allá y viceversa? Una pregunta que estoy segura de que él se ha cuestionado varias veces después de haber regresado a México después de 30 años de vivir en Estados Unidos.
¿Qué me hace falta aquí? ¿Qué me haría falta si regresara allá?
No sé qué me haría falta si algún día regresara a México pero lo que sí sé es que aquí me hace falta el darle el brazo a mi papá cada semana y acompañarlo en su lento caminar esperando ese momento de lucidez en donde podamos platicar del tenis, el piano o los caballos. Sus grandes pasiones que tuve la gran fortuna que me heredara en vida y que me las dejara impregnadas para siempre. Me faltan esas palabras de mi mamá, que se sienten iguales a las de mi abuela, que aunque sé que me las dice por teléfono nunca saben igual. Me hace falta la complicidad de mi hermano que se intensifica cuando nos vemos y nos reímos de cosas solo nuestras. Me hacen falta las reuniones de la familia de mi esposo en donde suceden cosas fantásticas como una noche bizantina o una declamación de poesías. Me hace falta la sonrisa del “viene viene”, los buenos días de aquel desconocido, la música ruidosa en las esquinas, la comida deliciosa, sucia y sin reglamento que jamás me hizo daño, el semáforo con una infinidad de historias todas sucediendo al mismo tiempo, el barullo de las calles, sentir cómo corre la vibra de la ciudad por mi cuerpo, los contrastes de la arquitectura, el desorden en las calles con casas de diferentes tamaños y colores, que la gente se vista y se arregle para salir, sin importar de dónde viene o a dónde va.
Y así, podría seguir.
La reunión terminó, pero esa sensación de encontrar una respuesta nunca se fue. Después de un par de días pensé: aquí hay de dos sopas, como diría mi papá, o vives desde un lugar de carencia añorando todo aquello que no está, o mejor eliges ver lo que sí hay. Qué mejor que recibir lo que cada espacio te aporta cuando ahí te encuentras y saltar de uno a otro con inmensa abundancia de lo que cada uno te regala.
México es y será siempre mi casa. Mi lugar. Con miles de cosas tatuadas en mi esencia que me dan todos los días. Houston siempre será también mi nuevo lugar, ese espacio en donde cinco personas nos entrelazamos como enredaderas inquebrantables. Porque sí, sí se pueden tener varios espacios en el mundo en donde te desenvuelvas, te reinventes y te vuelvas a descubrir, una y mil veces más.
La nostalgia es inevitable. En México viví una infancia lindísima y una adolescencia llena de retos y amigos que me hicieron crecer, madurar, sin perder nunca esas ganas de disfrutar y descubrir. Hoy vivo un México distinto, pero no menos luminoso que mis recuerdos.
Y así, me emociona seguir descubriendo espacios que esta vida me de por muchos años más para ocupar.