Una vez más, la naturaleza nos vino a dar una lección de vida.
/No sé ustedes, pero ahora sí creo que ya me cansé de vivir momentos históricos. La inundación más grande en la historia de Houston, la pandemia mundial más grave desde la gripe española hace cien años, el condado de Estados Unidos con más casos de contagios de Covid-19 y ahora la tormenta invernal más dura que ha vivido Houston en toda su historia.
Alguna vez escuché por ahí que las circunstancias más difíciles en la vida llegan a enseñarnos una lección, ¿pero será que nunca acabamos de aprender? ¿Estamos realmente listos para lo que sea?
Hoy les narro mi experiencia de cómo hace unas semanas, la naturaleza vino una vez más, a darnos una lección de humildad y a medir nuestra fortaleza emocional y nuestro termómetro espiritual.
Hace dos domingos, el día transcurría como un día mucho más especial que los demás ya que celebrábamos el cumpleaños de mi mamá y teníamos la gran fortuna de tenerla de visita en Houston. Después de varios días preparando el menú y sus múltiples sorpresas, realmente sentía un enorme agradecimiento de poderla tenerla cerca en ese día tan especial después de tantos años de no poder pasarla con ella ya que vive en la Ciudad de México.
Después de servir el café y “soplar las velitas del pastel”, actividad que ahora si debo mostrar entre comillas ya que ha sido suspendida hasta previo aviso por razones que todos conocemos, empezamos a notar el cambio drástico en la temperatura debido a la tormenta invernal que todos sabíamos que venía.
Para los que no viven en Houston, el checar cómo va a estar el clima es una actividad rutinaria que todo Houstoniano realiza varias veces al día, ya que sabemos muy bien que durante los meses de noviembre a marzo contamos con sólo dos estaciones, invierno y verano, y que entre ellas respetuosamente toman turnos “un día tú y otro yo”.
Esa tormenta anunciada que nos tenía ilusionados de amanecer con un Houston nevado, incrementó su intensidad el lunes en la madrugada y nos despertó con un silencio extraño al darnos cuenta de que se había ido la luz.
Con la escuela cancelada previniendo que las calles estuvieran cubiertas de hielo, amanecimos con una mezcla de emociones. Una gran alegría al ver todo nuestro jardín cubierto de nieve y al mismo tiempo una gran incertidumbre y miedo al no saber cuándo iba a regresar la luz y por ende la calefacción, pero confiando en que sería en poco tiempo.
A pesar de no tener luz la casa seguía cálida por dentro, por lo que decidimos salir a disfrutar de la nieve. Sacamos del rincón del closet nuestra ropa de esquiar, los trineos y nos fuimos a una pequeña colina atrás de mi casa a que los niños se divirtieran.
Después de no más de diez minutos afuera, sentí en mi estómago como que algo no estaba bien, ya que a pesar de estar bien protegida y de haber estado antes en lugares de nieve, empecé a sentir un frio filoso y extremo. Cuál fue mi sorpresa al darme cuenta de que estábamos a 4 grados bajo cero y que la temperatura no tenía intenciones de subir en varios días.
Fue en ese momento cuando la angustia empezó a querer rebasarme con pensamientos llenos de miedo como: ¿Cuándo va a regresar la luz? ¿Será necesario buscar un hotel? ¿Qué tan fría se pondrá la casa sin calefacción? ¿Cómo iremos a pasar la noche? ¿Será sólo una noche? Pensamientos a los que les dije “basta”, ahorita estamos bien, sigamos adelante, ya veremos qué pasa. Para una persona que ha vivido ataques de pánico y ansiedad en el pasado, el haber experimentado ese control significó el logro más grande del mundo.
Metimos a los niños a la casa y para el asombro de todos, ninguno se quito ni la chamarra ni los guantes, ya que sentimos la casa inmediatamente mucho más fría. Me acuerdo y se me vuelve a hacer un hoyo en el estómago…
Fue en ese momento cuando entendí que estábamos en estado de emergencia, una vez más. Un estado de emergencia de alguna manera familiar después de haber vivido Harvey y los primeros meses de pandemia, pero con el mismo miedo, la misma incertidumbre, y la misma sonrisa forzada ante mis hijos al querer transmitirles tranquilidad y paz.
Era inevitable el pasar por el pasillo del termostato y no ver de reojo cómo la temperatura seguía bajando y bajando.
Pensamos en irnos a un hotel o a casa de algunos amigos, pero las calles estaban tan peligrosas para manejar que la ciudad recomendaba no salir, por lo que decidimos quedarnos.
El frio paraliza, literalmente te inmoviliza. Sabía que tenía que moverme, pero no podía.
De pronto me di cuenta de que en un par de horas se haría de noche, así que decidí pararme del sillón y ponerme a cocinar algo con mi mamá porque al final teníamos que comer y pronto nos quedaríamos sin luz natural y cuál fue nuestra sorpresa al darnos cuenta de que tampoco teníamos agua.
Con el poco de agua embotellada que tenía en la alacena logramos hacer un caldo de pollo con verduras que de verdad nos calentó el alma y nos dio la energía para continuar con lo que venía.
El fuego de la chimenea ayudaba un poco a mantenernos calientes, pero de pronto nos dimos cuenta de que sólo nos quedaba un leño y las pocas ramas que habíamos cortado de los árboles del jardín ya se habían consumido. Justo cuando pensé que estaba tratando de explotar un ataque de angustia de nuevo, de pronto llegó un amigo muy querido como un ángel guardián a entregarnos una caja de leños para la chimenea.
Qué maravilla es el darte cuenta, una vez más, que los amigos se convierten en familia al vivir lejos de México. Mi mamá no podía entender cómo habían sido tan generosos al manejar hasta mi casa a ayudarnos y fue ahí cuando mi mamá experimentó de primera mano lo que es el vivir en un país que no es el tuyo y como tus amigos están dispuestos a compartir contigo ese calor de amistad al cedernos algo tan preciado y agotado por toda la ciudad, como lo era una caja de leños.
Mi mamá se conmovió tanto en ese momento tan lindo, que no pudo evitar el contener las lagrimas y nos abrazamos fuerte, muy fuerte muertas de frío.
De pronto toda la casa se obscureció y nos reunimos alrededor de la chimenea a tratar de calentarnos sin lograrlo. A las siete de la noche decidimos irnos a nuestras camas, no tanto a dormir sino a taparnos entre las colchas buscando calor. Mis dos hijos más chicos durmieron con nosotros tratando de calentarse, pero el frío y la angustia nos despertaban a cada rato.
De pronto el termostato llegó a 5 grados centígrados adentro de mi casa y a -8 grados centígrados afuera. Amanecimos paralizados, congelados, preocupados y muy desmotivados.
Y fue en ese momento donde me acordé de una platica increíble que había yo tenido con la escritora Jessica Lahey gracias a Responsibility.org acerca de cómo lo más importante en momentos de crisis es la salud emocional de nuestros hijos.
Y sí, no puedo estar más de acuerdo con ella. Esas 39 horas de angustia y frío extremo me hicieron darme cuenta de cómo esas conversaciones con nuestros hijos acerca de cómo sobrepasar obstáculos, de cómo controlar nuestros pensamientos y angustias, continuarán sucediendo el resto de nuestras vidas. Cómo cada prueba difícil nos reafirma que no controlamos nada, que los retos simplemente llegan sin avisarnos.
Hoy les comparto las recomendaciones de Jessica que me ayudaron enormemente a sobrepasar estas 39 horas de frío extremo.
1.- En momentos de crisis todo pasa a un segundo plano excepto nuestra salud emocional y la de nuestros hijos. Jessica menciona que como seres humanos, tenemos la inclinación natural durante momentos de presión a sentirnos impotentes, pero nos recomienda el tratar de interceptar ese sentimiento dándole a nuestros hijos un poco más de control y autonomía al asignarles responsabilidades durante los momentos de crisis de acuerdo con su edad.
Por ejemplo, mi hijo menor tenía la tarea de monitorear la chimenea y checar que estuvieran bien puestos los leños, esa actividad le dio un sentido de responsabilidad y cierto “control” ante una situación de extrema incertidumbre.
Debo aceptar que el darles responsabilidades a mis hijos me cuesta mucho trabajo ya que tengo la falsa creencia de protegerlos al no asignárselas, pero hoy me doy cuenta de que es todo lo contrario. El darles tareas y responsabilidades los hace sentir independientes, fuertes y con propósito. Mi esposo es quien me empuja a hacerlo cada vez más y por eso me siento muy agradecida de educar a nuestros hijos juntos.
2.- Es importante nombrar nuestras emociones. Durante esas horas de tanto miedo y parálisis, traté de ponerle nombre a las emociones que iba sintiendo al decirlas en voz alta y tratar de mostrarle a mis hijos cómo no estaban solos si sentían miedo, frustración, impotencia, frío o desesperanza.
“Me siento frustrada al no poder salir de la casa, y no poder controlar que regrese la luz” - dije en algún momento y mis hijos respondieron, “¨¡Sí! Yo también mamá ¿qué hacemos? A lo que respondí otra vez desde un lugar de líder sin rumbo, “no sé, pero lo que si sé es que vamos a estar bien y todo esto pronto va a pasar y vamos a regresar a la normalidad”- ¡gracias, Jessica!
3.- Otro consejo de Jessica que se me quedó muy grabado fue que felicitemos a nuestros hijos no sólo por el resultado final de algún logro que hayan tenido, sino también por el proceso o el avance hacía alguna meta que se hayan fijado. En este caso de la helada no me cansé de repetirles lo orgullosa que me sentía de ellos al ver cómo estaban reaccionando ante esta tormenta.
Jessica nos recomendó felicitarlos en hechos específicos y con mucho detalle, por ejemplo: “Has hecho un muy buen trabajo cuidando el fuego de la chimenea”, “me encantó como compartiste esa cobija con tu hermano”, “me fascinó tu buen humor al proponer jugar algo en familia a pesar del frío”.
4.- Por último, otra técnica que me sirvió mucho durante esos días de incertidumbre fue el contestar a las preguntas de mis hijos con otras preguntas, por ejemplo:
Hijo: ¿Crees que debamos tratar de irnos a casa de algunos amigos?
Mamá: ¿Tú que piensas?
Hijo: Pues, está peligroso manejar ahorita con las calles llenas de hielo y qué tal que a ellos también se les va la luz.
Yo: Pienso lo mismo que tú, mejor aquí esperamos que regrese la luz pronto ¿no crees?
Hijo: Si mamá.
Esta técnica le ayudo a hacer el análisis a mi hijo por él mismo y encontrar sus propias respuestas durante momentos de crisis.
El vivir esta experiencia junto a mi mamá me hizo reafirmar lo afortunada que fui al crecer junto a una persona que tiene la combinación perfecta entre fortaleza y apoyo, con positivismo y cariño. Mi mamá fue la única que me vio desmoronarme y me dejó llorar en su hombro durante los momentos más difíciles. ¡Te quiero mucho Ma!
En verdad pensé que después de haber vivido Harvey y la pandemia, mis hijos ya se habían graduado en temas de cómo ajustarse al cambio y resiliencia, sin embargo, hoy me doy cuenta de que todas sus vidas seguirán aprendiendo y cada reto nuevo les traerá un aprendizaje nuevo.
Podrá sonar extraño, pero de verdad me siento muy afortunada de poder haber vivido esta experiencia de tanta incertidumbre y estrés con mis hijos en casa, ahora que son tres personas maduras que también tienen ideas, opiniones, quejas y frustraciones como las mías.
De corazón espero que cuando vuelvan a vivir una experiencia similar, ahora solos en sus universidades, o con sus propias familias, recuerden nuestras conversaciones y que siempre existe la esperanza, que las crisis pasan y que lo importante no es el lamentarnos de por qué nos sucedieron, sino el enorgullecernos de la persona que fuimos cuando sucedieron.
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Jessica Lahey es escritora, maestra y mamá. Ha sido maestra en diferentes grados por más de 12 años en escuelas públicas y privadas. Escribe acerca de educación y de cómo ser padres para el Washington Post y New York Times.
Ha publicado dos libros:
The Gift of Failure: How the Best Parents Learn to Let Go so Their Children can Succeed
The Addiction Inoculation: Raising Healthy Kids in Culture of Dependence. (coming out on April 2021)