El último año de mis cuarentas

Este año es mi último en la década de los cuarenta. De ahora en adelante le pondré una palomita a una nueva categoría en todas las formas que llene. Nunca pensé decirlo, pero me emociona.

Siento cómo dejo una etapa atrás, pero al mismo tiempo, continúo este camino de autoconocimiento. Es un descubrimiento constante: entender qué me da paz, qué me la quita; asombrarme con la simplicidad de las cosas que me hacen feliz y las que me ponen triste. Es un proceso de soltar esas historias que me conté durante años y que ya no me sirven. Es seguir encontrando proyectos que me emocionan y, sobre todo, identificar en qué momentos y con qué personas quiero invertir lo más valioso que tengo: mi tiempo.

Por supuesto, mis hijos ocupan la rebanada más grande de ese pastel. Me convertí en espectadora y porrista de sus vidas, viendo cómo se convierten en adultos jóvenes, creando sus propios círculos y escribiendo sus historias.

Esa rebanada de pastel, sin duda, no la disfrutaría igual sin mi compañero de vida, ese hombro incondicional que ha estado a mi lado durante más de 30 años. En este tiempo, hemos madurado y evolucionado juntos, siempre con el mismo rumbo. Aunque a veces me sorprenda, nos veo tan diferentes ahora, pero al mismo tiempo seguimos siendo los mismos. Compartir la vida con alguien durante tanto tiempo es algo extremadamente especial, y me siento muy afortunada.

Pero no sería quién soy hoy sin tres personas que han inundado mi vida de magia, recuerdos y oportunidades. Ellos son mis papás y mi hermano, mi ancla. Ellos son esa playa en la que puedo naufragar en cualquier momento, sin importar cómo ni de dónde venga. En esa playa también estuvo mi abuela, a quien extraño profundamente. Duele la distancia, duele perderme de convivencias cotidianas, pero así es la vida de quienes se van a vivir fuera: implica sacrificios, y este ha sido el más grande.

Nada de esto tendría sentido sin otro ingrediente importantísimo en este gran postre que me estoy inventando conforme sigo escribiendo. Digamos que, coloquialmente, sería la "cereza del pastel", pero en realidad, es ese toque especial que hace que la vida sea aún más espléndida: las amigas.

Esa primera amiga de la infancia que nunca olvidaré con quien compartí libros y gimnasia olímpica en el jardín. Luego, en la adolescencia, esas amigas que no necesitan explicaciones, que conocen tu historia cómo la palma de su mano y con las que el tiempo nunca pasa.

Después llegaron mis queridas universitarias. Esa etapa en la que te sientes invencible e independiente, pero en la que aún corres a los brazos de tu mamá si lo necesitas. Un refugio al que sigo volviendo, sin importar los años.

Más adelante, al mudarme de país, encontré amigas que compartían la misma experiencia de desarraigo, sin saber que nos acompañaríamos en una de las etapas más cruciales de nuestras vidas: la maternidad. Nos vimos convertirnos en mamás, sosteniéndonos en pérdidas, logros y fracasos. Nos hemos acompañado en el profundo extrañamiento de nuestro país y en el intento de racionalizar las diferencias culturales que aún nos descolocan. Hemos pasado horas en el teléfono descifrando remedios para el cólico o la tos de los niños, combinando la sabiduría de los doctores gringos con los remedios de nuestras abuelas, ambos sabios, ambos efectivos.

Tardes interminables en el parque, donde las pláticas fluían, a pesar de las interrupciones para que los niños fueran más rápido en el columpio. Interrupciones que hoy recordamos con alegría y nostalgia. Festejos que terminaban bailando hasta el amanecer, brindis infinitos por nuestra amistad y carcajadas que parecían no terminar nunca

Hoy aprendemos juntas a soltar a nuestros hijos y nos acompañamos en el dolor que eso conlleva, especialmente viniendo de una experiencia tan distinta. Hoy, nos damos un valor inigualable en nuestras vidas, disfrutando esas miles de conversaciones que me han enseñado tanto.

Es por eso que arranco este último año de mis cuarentas compartiendo con ellas, disfrutándolas al máximo en dos viajes que estoy segura serán inolvidables y que pondrán un moño gigantesco a esta gran década que termina y a la que comienza.

Y como siempre, disfrutar de esos momentos con amigas es aún mejor cuando lo hacemos de manera responsable. La moderación nos permite seguir creando recuerdos y cuidarnos a nosotros mismos y a los demás. ¡Salud por eso!

Gracias a Responsibility.org por acompañarme siempre en mis travesías, recordándome la importancia de disfrutar de la vida de forma responsable.


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