Entre puntos
/“Ahorita platicamos entre puntos”, me decía mi papá de niña cada vez que jugábamos tenis. No sé si era la grandiosidad del club, la elegancia de mi papá con sus pants Fila, los colores verde y rojo de la cancha, o el hecho de saber que teníamos esa cita inamovible solos él y yo, pero los miércoles era mi día favorito.
El olor a pelotas de tenis nuevas después de abrir la lata era mágico. Nos ponía en automático en modo competitivo mientras nos terminábamos de poner nuestras muñequeras y gorras. En la cancha, yo corría de un lado al otro intentando ganar el punto. Un acto casi imposible ya que mi papá jugaba con la cabeza, analizando la estrategia y compartiendo conmigo sus mayores secretos tenísticos, como su famosas “dejaditas” o ese gran revés recto a una mano que lo caracterizaba entre sus amigos y profesores.
Entre puntos, nos sentábamos a descansar en la banca y a que mi papá prendiera un cigarro. Así es, escucharon bien, un cigarro, sin duda eran otros tiempos. Sin embargo, lo que duraban esas dos o tres fumadas que le daba, me regalaban las mejores conversaciones.
Entre puntos, me dio los mejores consejos para hablarle al niño que me gustaba. Entre puntos, me contaba las historias de cuando trabaja con su abuelo. Entre puntos, le conté que ese niño ya era mi novio y quería conocerlo. Entre puntos, me abrazó mientras lloraba cuando me enteré de que salía con otra niña. Entre puntos, nos acompañaba el silencio. Entre puntos, me contaba cómo era el consentido de su abuela Elisa y recordaba su infancia con nostalgia. Entre puntos, le decía que lo extrañaba cuando ya no vivía en casa. Entre puntos, le conté que había encontrado al amor de mi vida. Entre puntos, le dije que no viviríamos en México. Entre puntos, le di la sorpresa de que sería abuelo. Entre puntos, lo empecé a notar cada vez más lento. Entre puntos, lo sentí lejos.
Hasta que un día, supe que sería de las últimas veces que jugaríamos. Mi papá aún vive, pero ya no es él. Extraño sentarme a su lado.
Ahora, mi compañero entre puntos es mi hijo, el más chico. Muchas veces nos quedamos en silencio, pero no me asusta. Aprendí que mi papá respetaba cuando yo no quería hablar, sabiendo que solo tenía que esperar al siguiente punto. Es muy especial ocupar hoy este lado de la banca. Desde aquí ahora yo escucho, contengo, y comparto, honrando a ese gran maestro que tuve, en donde el tenis fue solo una de esas tantas cosas que aprendí.