El Árbol de la Vida
/Todos somos parte de una historia. Somos descendientes de personas que vivieron varias generaciones antes que nosotros. El proceso natural de la vida es ir escalando nuestro propio árbol genealógico. Al subir cada rama, vamos quitándole el lugar a la persona que antes la ocupaba y dándole la bienvenida a quien ocupará ahora esa rama que durante tantos años nosotros cómodamente habitamos.
Al escribir esta descripción tan lógica y sencilla de como la vida termina, sólo pienso, ¿por qué duele tanto? Por supuesto que podría hablar de la ausencia. Y es que duele mucho el ver esas ramas vacías que dejan nuestros seres queridos al subir al siguiente nivel del árbol, pero siento que va más allá.
Durante 40 años de mi vida había ocupado las ramas más bajas, viviendo cómodamente bajo el regazo de dos generaciones. Cuidada, protegida; con sólo tres pequeñas ramas a mi cargo.
De pronto llega el momento de moverme, no existe otra opción más que subir. Sabía que ese momento llegaría, pero nunca estamos realmente preparados. Pasé de tener dos generaciones arriba, a tener ahora sólo una.
Al tratar de instalarme en esta nueva altura del árbol, el miedo desaparece. Me doy cuenta que mi vista es totalmente diferente; mucho más amplia, más angular, completa. Transforma mi tristeza en nostalgia, comprensión y entendimiento de tantos consejos, a veces no pedidos, de esa generación que hoy ya no está.
Hoy recordamos a alguien que subió por ese árbol llamado vida cómo los grandes. Disfrutó cada altura, cada vista, cada rama. Vivió su vida con la misma pasión e intensidad con la que pronunciaba cada sílaba al recitar sus adoradas poesías.
El sentarme a jugar dominó con él se transformaba siempre en una lección de vida. A cada Martini que compartimos lo acompañaban unas ganas incontrolables de compartir conmigo sus historias. Ahora entiendo que a través de ellas, recordaba a quienes ocuparon las ramas en la cima del árbol cuando él iba subiendo.
Siempre me dijo que éramos amigos y así me despido.
Querido amigo: No me queda más que decirle adiós con un gran aplauso; un aplauso de pie, lleno de cariño y admiración. Yo me encargaré que mis hijos, los hijos de mis hijos y todas las personitas que vayan ocupando nuevas ramas lo recuerden siempre.
Salud.
En memoria del querido abuelo de mi esposo, Don Manolo.