Diez Años sin Soledad
/Como Mamás, conocemos muy bien esa etapa en la vida de nuestros primogénitos en donde de ser hijos únicos, pasan a ser hermanos mayores de un instante a otro. Parece que fue ayer cuando mi casa se inundó de celos con la llegada del nuevo bebé. Si nos ponemos a pensar, es verdaderamente imposible el pedirle a un niño chiquito que entienda y razone que va a tener un hermano. Su mente no puede captar ¿qué es lo que va a pasar y en cuánto tiempo exactamente?
Cuando viví esa época me acuerdo que, previniendo la tormenta que se avecinaba, me puse a leer todos los libros y la información disponible relacionada con el tema. Les pedí a todas mis amigas, primas, vecinas, tías y abuelas, que ya habían pasado por lo mismo, que por favor me compartieran todos sus tips para tratar de hacerle un poco más amena esa época a mi hija mayor. El consejo que más se repetía en todos los foros que consulté, era la importancia de dedicarle tiempo, uno-a-uno, a tu hijo mayor para que no se sienta desplazado por el bebé.
Me gradué con honores del tema y me sentía lista para, ahora sí, sentarme a darle la súper gran noticia a mi hija de que iba a tener una hermanita; una persona fantástica y maravillosa con la que iba a poder jugar y divertirse por el resto de su vida, aunque claro, tendría que esperar 9 largos meses para su llegada. De pronto, esa persona fantástica resultó que era una bebé llorona que requería de toda mi atención.
Pero como ya venía yo armada hasta los dientes con información sobre el tema, me aboqué a la tarea de aplicar todas y cada una de las técnicas que me habían recomendado y de alguna manera pasé, o mas bien, sobreviví esos primeros años.
Sin embargo con el paso del tiempo, dejé de aplicar todos esas recomendaciones porque, según yo, todos ya estábamos ajustados a la nueva dinámica familiar y esa fase ya había terminado. ¿Pero realmente termina esa etapa? No me acuerdo de haber leído en ningún libro, ni que nadie me explicara exactamente cuánto tiempo debía durar ese período de ajuste, ¿seis meses?, ¿uno o dos años?, ¿cuando llega el tercer hijo a la familia?, ¿sólo durante la niñez o hasta la adolescencia?, o ¿será más bien que dura toda la vida?
Después de varios años supuestamente ya "encanchados" como familia completa, me doy cuenta que ese ajuste no puede ser temporal, no se termina de pronto, más bien, continúa y se reinventa. Las etapas y necesidades de nuestros hijos cambian, pero lo que permanece constante, es la importancia de alimentar esa necesidad de atención individualizada (seguro ese término ya existe y fue definido y estudiado en algún lado). Y de esa manera poder crear una verdadera relación individual con cada uno de tus hijos.
Existen miles de ideas para reinventar esos momentos especiales. Puede ser desde pasar tiempo extra platicando con cada uno de ellos en la noche antes de dormir, una escapada rápida por un helado, una ida al cine o a cenar, o hasta un viaje, pero siempre pendientes de tener cubierta esa necesidad. Obviamente, la rutina del día a día hace que no sea tan fácil encontrar esos momentos, sin embargo cuando los encuentras, son muy divertidos ya que te permiten descubrir a tus hijos y conocerlos mejor.
Aprovechando que mi hija grande cumple diez años este año, mi esposo y yo decidimos llevarla de viaje a ella sola. Y puedo decir que fue una experiencia increíble. Yo Mariana siento que ésta fue una edad mágica para viajar con ella. A los diez años, los niños son lo suficientemente grandes para aguantar un viaje de "adultos" - largas caminatas, restaurantes, desveladas, etc.- sin embargo, siguen teniendo esa capacidad de asombro e inocencia maravillosa.
El redescubrir a mi hija en el viaje fue lo equivalente a tener un libro de arte en la mesa de tu sala. Lo ves todos los días, sabes que está ahí, sabes que te encanta y que es un tesoro preciado, pero la rutina lo ha cubierto un poco de polvo. De pronto lo agarras, lo desempolvas, lo vuelves a ojear y te acuerdas de el por qué te gustaba tanto. Vuelves a descubrir que tiene una portada llena de colores brillantes que te deslumbran y te sientas un ratito a disfrutar sus páginas. Lo terminas, lo dejas otra vez en su lugar y regresas a tus actividades, tratando de planear cuándo podrás volver a disfrutarlo así una vez más.
Al "desempolvar" a mi hija en este viaje, descubrí que está viviendo una etapa increíble en la que, así como puede cenar en un restaurante elegante y platicar como adulto de cualquier tema, también le encanta dormir con el mismo conejito de peluche que tiene desde que nació. Descubrí a una niña simpática y voluble, que empieza a experimentar relaciones mas complejas de amistad, responsabilidades escolares más fuertes, y al mismo tiempo sigue disfrutando el ser niña y se desborda de emoción al entrar a una juguetería. Estoy muy orgullosa de ella y seguiré disfrutando de este espectáculo que es el verla crecer como espectadora en primera fila.
El plan es hacer ese viaje especial con cada uno de mis hijos cuando cumplan diez años. Sé que será un viaje totalmente diferente con cada uno de ellos y no puedo esperar a descubrirlos y disfrutarlos de esa forma tan increíble como lo hice en esta ocasión. Mientras tanto, disfrutaré y buscaré esos momentos, aunque sean instantes, que me llenan el alma.
Estoy segura que durante la adolescencia, a lo mejor esa "necesidad" no será tan evidente, al ver a nuestros hijos convertirse en pequeños "adultos" autosuficientes, sin embargo seguiré ofreciéndoles ese tiempo toda la vida. Porque lo más increíble es que al estar escribiendo esto, inmediatamente me puse a pensar en mi mamá, y hoy, a mis casi 40 años, confieso abiertamente que sigo anhelando ese ratito a solas con ella, para platicar sin prisas, sin hermanos, tíos, primos, nietos ¡ni siquiera mis propios hijos! solamente ella y yo, disfrutando de su total y absoluta atención.
Le dedico con mucho cariño este post a mis hijos y a mi mamá, con los que espero poder tener el resto de nuestras vidas esos instantes, uno-a-uno.
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